Escrito por: Camila Pérez
Quiero pensar que muchos de nosotros hemos escuchado el típico cuento de que una efectiva educación nos ayuda a mantener un estado de salud emocional positivo. “La escuela nos enseña a desafiar las adversidades cotidianas y nos activa diversas habilidades y destrezas” … Ésta es una frase que comúnmente hemos escuchado. No obstante, y siendo completamente sincera, decir eso es querer reducir a lo absurdo lo que realmente conlleva ser parte del sistema educativo. Todo tiene su lado positivo y negativo; no todo es color de rosa.
No me malentiendan, no pienso que la educación sea nociva, todo lo contrario; una preparación escolar adecuada es sumamente necesaria para todos los individuos. Si no fuera por ésta, seguiríamos como nuestros ancestros en antaño. El problema comienza cuando se le empieza a exigir a los alumnos un comportamiento completamente robótico; en el momento en el que se les demanda a los adolescentes responsabilidades que no van acorde a su edad; en ese preciso instante cuando se acepta la permanencia de un sistema que no acepta el fracaso; cuando vivimos en un mundo en el que sientes que si no das tu 200% te vas a quedar atrás de la humanidad, de tus compañeros, de tu existencia.

Sin duda la crisis que tenemos respecto a problemas mentales en adolescentes es alarmante. Mientras estás leyendo este texto probablemente 1 o 2 personas ya se han suicidado en alguna parte del mundo. Por lo visto, según varios estudios de la UNAM, en 2020 hubieron 7896 casos de suicidio registrados en México; en su mayoría jóvenes de entre 14 y 29 años.. Para añadir más peso a este argumento, voy a citar las palabras de la doctora Laura Barrientos Nicolás: "700 más con respecto a 2019 y 1000 más que en 2018". Éste crecimiento es completamente desmesurado e inquietante. Lo que nosotros vemos como cifras, simples números en papel, se transfieren en miles de familias sufriendo alrededor de todo el país.
Aunque todos podemos desarrollar problemas mentales debido al estrés de los estudios, debo resaltar que hay un grupo que normalmente los sufre de manera distinta: las personas con trastornos mentales. Por razones de simplicidad voy a poner como ejemplo uno de los trastornos más comunes: TDAH. Primero que nada, quiero dejar en claro que estas personas no están “enfermas”. La mayoría de casos en los que se desarrollan estas condiciones son por causas genéticas y no tienen cura; así que querer insultar a alguien diciéndole “enfermo” sólo demuestra la ignorancia del individuo.
Para empezar voy a explicar que es el TDAH. Éste es un trastorno que se manifiesta en el 5% de la población, mayoritariamente hombres, y suele manifestarse desde la niñez hasta la adultez. Los patrones de conducta más comunes en estas personas son: distraerse fácilmente; olvidar cosas, tareas o pendientes; problemas al mantenerse concentrados o tranquilos en los trabajos grupales, etc. Éste tipo de actitudes podrían ser medianamente sencillas de controlar con ayuda de psicólogos, maestros comprensivos y compañeros empáticos. Pero ésto no siempre sucede así, como grupo social optamos por elegir lo que es más fácil; y eso es simplemente aislarlos. Si vemos a un niño con problemas de hiperactividad lo primero que pensamos es que es un mal portado, “un caso perdido”. Cuando un niño no entrega tareas, porque simplemente no puede concentrarse en un montón de esquemas, lo primero que decimos y prejuzgamos es que es un irresponsable.
Lo realmente triste es ver testimonios desde su punto de vista: “Cuanto más pasaban los años más inútil me sentía y más incapaz de hacer lo que otros hacían, ver que tardaba el doble o el triple que ellos cuando ambos entendíamos la tarea exactamente igual, horrible, y mas cuando me lo seguía guardando para mi mismo, para no molestar ni preocupar a mis padres o amigos. Durante el tramo de 4 de ESO hasta el día de hoy he tenido varias crisis de ansiedad, algunas tan fuertes como para querer quitarme la vida y acabar con todo de una.” (SA/ 2022)
Por todo lo que he comentado antes, opino que debemos tomar cartas en el asunto. No podemos permitir que siga proliferando un sistema que piensa que calidad es igual a sacrificio. Donde se premia a los que más se “queman las pestañas”, y se reprime a los que no logran dar el 200%. Debemos aprender, y nos incluyo a nosotros como estudiantes, que no todos tenemos los mismos métodos de aprendizaje; y eso es completamente correcto, sano y válido. Lo que nos toca a nosotros, como futuras generaciones, es crear las condiciones necesarias para que nunca más un alumno quiera quitarse la vida.
Añadir comentario
Comentarios